Aprendiendo del pasado

 

La administración no es un concepto moderno; sus raíces se remontan a civilizaciones antiguas que aplicaban principios de planificación y control en proyectos masivos. Por instancia, los egipcios coordinaron miles de trabajadores para construir las pirámides, utilizando divisiones de labor y control de recursos, similar a cómo hoy un gerente de proyecto usa software para supervisar tareas.

En el siglo XV, Venecia estandarizó procesos comerciales, mientras que Adam Smith en el siglo XVIII promovió la división del trabajo para aumentar la productividad, como se ve en las líneas de ensamblaje modernas de fábricas como las de automóviles. La Revolución Industrial amplificó esto con experimentación científica en procesos. Aprender del pasado nos enseña que la administración es una evolución constante para optimizar recursos humanos, materiales y financieros hacia objetivos comunes, evitando errores repetidos en la vida diaria, como planificar un evento familiar sin considerar imprevistos históricos (Salgado Benítez et al., 2016, pp. 12-13).

La planeación estratégica, surgida en los años 60, nos recuerda cómo pioneros como Peter Drucker enfatizaban analizar el presente para cambiar lo necesario. En la rutina, esto significa revisar hábitos pasados para mejorar decisiones futuras, como ajustar un plan de estudios basado en experiencias previas. Así, el pasado guía la eficiencia actual (Salgado Benítez et al., 2016, p. 52).

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